miércoles, 13 de septiembre de 2017

CDC: el viaje de Ítaca a la nada por José García Dominguez

Por su interés les pongo este interesante artículo del Sr. José García Domínguez, publicado en el periódico El Mundo

El autor inicia hoy una profunda radiografía de los partidos catalanes en la mayor crisis política de su historia reciente. Protagoniza la primera entrega de esta serie CDC, reconvertida ahora en PDeCAT y responsable primera y principal del 'procés' que ha desembocado en la convocatoria del 1-O. Creada por Pujol como movimiento transversal con rasgos indigenistas, los jóvenes que le sucedieron, con Artur Mas a la cabeza, vieron en la crisis la oportunidad de intentar un triple salto mortal con red. Fallaron en sus cálculos, pero sólo juegan a ganar. Si sale bien, coparán la aristocracia funcionarial del nuevo Estado; si sale mal, continuarán cómodamente instalados en sus panaceas administrativas.

Podría parecer un simple sarcasmo del azar que Carles Puigdemont, ese caudillo interino del partido que siempre se ha tenido por expresión política de la burguesía autóctona, hubiera ido a nacer precisamente en la villa de Amer, mínimo enclave rural a medio camino entre Olot y Girona, el epicentro mismo de las comarcas catalanas que convirtiera en su base local de operaciones el legendario general Cabrera, más conocido en los anales por el Tigre del Maestrazgo, cuando las carnicerías dinásticas tiñeron de sangre el siglo XIX español. Pues justo ahí, en esos territorios del interior, se ubicaba -y se sigue ubicando- lo que Íñigo Errejón llamaría el núcleo irradiador de la Cataluña más endogámica, tradicionalista y refractaria al contagio del cosmopolitismo urbano, el que por norma suele ir asociado a la irrupción de la industria y el desarrollo económico burgués.
Pero lo que ya no resulta tan susceptible de ser atribuido a los caprichos propios del azar es la evidencia de que las demarcaciones electorales donde se muestra hegemónico el voto a JxSí coincidan, y de forma casi milimétrica, con el mapa decimonónico de la Cataluña carlista. Una contradicción, la que se da entre el gran granero de votos del PDeCAT y su pretendida condición de partido de la burguesía, que también se constata en el origen social y geográfico de sus dirigentes. Así, con la notable excepción de Artur Mas, un barcelonés practicante, el perfil estándar entre los altos cargos de CDC, el ahora PDeCAT, ha respondido siempre al del político profesional con raíces familiares y primera residencia en esa Cataluña, la profunda, que observa con indisimulada desconfianza la promiscua mezcla de lenguas y procedencias que siempre ha definido a Barcelona, su Babiloniaparticular.





Mas, el antiguo novio formal de una hermana de Julia García Valdecasas con la que en varias ocasiones viajó al pazo gallego de la familia, destacada funcionaria del Ministerio de Hacienda y persona muy vinculada al círculo más próximo al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, hasta su jubilación el pasado 1 de abril; el joven ajeno a la política que esperó hasta bien avanzados los 80 antes de decidirse a catalanizar su nombre de pila mutilando la o final; el economista en cuyo currículum laboral sólo figura un único empleo en una empresa privada -Tipel, la quebrada compañía peletera propiedad de la familia Prenafeta-, constituye la excepción, que no la norma, en ese universo pedáneo, autorreferencial y cerrado.
Mas, por lo menos, todavía conserva un chat en internet que usa para felicitar los santos, los cumpleaños y los nacimientos de nietos a los viejos amigos de su pandilla de la universidad con los que rompió la relación personal tras declararse independentista. Por cierto, el hecho de que un reo de la Justicia en situación de libertad condicional bajo fianza de un millón de euros, el propio Prenafeta por más señas, fuera elegido para desfilar con todos los honores por la alfombra roja de los invitados a su toma de posesión como presidente de la Generalitat, algo insólito en cualquier país occidental, revela lo mucho que debe el genuino líder en la sombra del procés al ubicuo sector negocios de su partido.





Líder entre bambalinas, que no artífice intelectual de la partitura coral llamada a abrir las puertas al alumbramiento de una hipotética república catalana. Pues quien alardea en privado de ser el único y genuino redactor de ese guión, el del procés, responde por David Madí i Cendrós, el mismo David Madí que hace un par de semanas fue despedido discretamente por la dirección de Endesa del puesto que desde hacía varios años mantenía como presidente de un llamado «consejo consultivo» de la eléctrica en Cataluña. Madí, mano derecha de Mas antes de optar por el mundo de los negocios e independentista visceral, es nieto del fundador de Òmnium Cultural Joan B. Cendrós, el hijo de un humilde barbero de Valls(Tarragona) que devendría dueño de una inmensa fortuna gracias a la popular loción Floïd para después del afeitado, creación del padre en la trastienda de la barbería durante la posguerra.
Fallecido tras un súbito ataque cardíaco en julio de 1986, fechas en las que la Fiscalía pugnaba por conseguir llevar a juicio a los responsables del caso Banca Catalana, entidad de la que había sido consejero y en cuya quiebra fraudulenta perdió una parte nada desdeñable de su patrimonio personal, el círculo de los amigos más íntimos del patriarca Cendrós siempre atribuyó su muerte repentina al gran disgusto que le había causado todo aquel asunto. Y quién sabe si para compensar de algún modo a la familia, Jordi Pujol y Marta Ferrusola decidieron poco después del óbito promocionar al nieto Madí como uno de los puntales del pinyol, el hueso en castellano, un muy filtrado grupo de jóvenes ya explícitamente secesionistas llamado a tomar las riendas de CDC tras la retirada de la vieja guardia con Pujol al frente.





Junto a Madí y Mas, integrarían el sanedrín sucesorio Oriol PujolGermà GordóLluís Corominas y Francesc Homs. De los seis, por cierto, cinco están a día de hoy imputados o condenados por la Justicia a raíz de su participación en distintos delitos tipificados en el Código Penal, mientras el sexto, el cesante Madí, vive retirado ya de la cosa pública. A diferencia de la poesía según Celaya, el pinyol no tiene demasiada pinta a estas horas de ser un arma cargada de futuro. En el fondo, el gran equívoco histórico que desde su fundación en una sala del Monasterio de Montserrat ha acompañado al movimiento interclasista creado por Pujol, CDC, ha sido tomarlo por el legítimo heredero y sucesor de la Lliga Regionalista; esto es, por las siglas que darían cobijo a la expresión política de la derecha catalana.
Pero Convergència era, y es, otra cosa muy distinta. El propio origen sociológico del ángel caído, el viejo caudillo carismático hoy ignorado y repudiado por los suyos, ilustra esa asimetría entre los de antes y los de ahora. A diferencia del elitista consorcio de patricios que siempre dirigió la Lliga, Jordi Pujol ni procedía de ese grupo social, el de la alta burguesía catalana, ni nunca ha sido aceptado en esos círculos como uno de los suyos. Hijo de Florencio Pujol, un barandillero de la Bolsa de Barcelona que logró hacer dinero en la época del estraperlo jugándose el físico en viajes a Tánger, entonces aún protectorado español, para realizar operaciones de contrabando de divisas que transportaba a Barcelona a través del Estrecho dentro de cajas de zapatos atadas con cordones, la gran burguesía catalana siempre lo tuvo por un parvenu con ínfulas mesiánicas.





Porque si la Lliga de Cambó fue en lo sustancial un cauce para la defensa de los intereses proteccionistas del empresariado catalán frente a las tentaciones librecambistas del poder central, Convergència respondía mucho más a las características de un movimiento transversal con acusados rasgos indigenistas. Al cabo, nunca fue la burguesía sino la clerecía quien en todo momento inspiró la acción política de CDC. Oficio que procede no confundir con el de esas monjas algo tronadas que tanto se prodigan en los platós de TV3. Funcionarios, periodistas, escritores, gestores culturales, normalizadores lingüísticos, académicos vernáculos, cazadores profesionales de subvenciones vinculadas a los innúmeros mercados cautivos que propician las barreras idiomáticas, buscadores crónicos de rentas institucionales, el tipo humano del que Puigdemont constituye el más preclaro paradigma, eso es la clerecía.
Poco o mucho, el resto de los catalanes tienen algo que perder en esa aventura temeraria del procés. Ellos, en cambio, sólo juegan a ganar. Si sale bien, coparán los puestos de la aristocracia funcionarial del nuevo Estado; si sale mal, continuarán cómodamente instalados en sus panaceas administrativas, siempre protegidos de los fríos vientos de la libre competencia. CDC, el pujolismo, fue eso. Y el PDeCAT, el pospujolismo, sigue siendo eso.





A sus ojos, el viaje a Ítaca en que los embarcó Mas estaba llamado a ser un crucero de placer con todos los gastos pagados. Así las cosas, un pequeño error de cálculo, el haber dado por descontado que España, al igual que antes Grecia y Portugal, sería intervenida por la Troika en el punto álgido de la crisis de la deuda, circunstancia que hubiese significado la suspensión de facto de su soberanía nacional, fue lo que los empujó a intentar el triple salto mortal con red. Después, en fin, ya era demasiado tarde para echarse atrás.
En las elecciones autonómicas de 2010, todavía en vísperas de la apertura oficial de la caja de Pandora soberanista, la coalición CiU logró en las urnas una cosecha de 62 diputados, sobre un total de 150. Hoy, siete años y miles de bravatas después, apenas disponen de 30 escaños propios en el Parlament. Y bajando. Avezados traficantes de ambigüedades, la gran especialidad de la casa, tampoco fueron capaces de intuir que, puestos en el brete de tener que decantarse entre papá y mamá, los consumidores de separatismo optarían por el original frente a su fotocopia. ERC los está fagocitando.

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